37590329 - closeup of red wine pouring in glass

Beber vino para ejercitar el cerebro

Anda todo el día pegado a la pantalla del móvil, del ordenador, o tumbado en el sofá mirando la caja boba en su tiempo libre. ¿Siente la necesidad de adoptar un pasatiempo más estimulante? Pues ya puede ir descorchando una botella de vino.

Ha leído bien. Según el prestigioso neurocientífico y catedrático de la Universidad de Yale (EE UU) Gordon Shepherd beber esta sustancia ejercita más áreas de la materia gris del cerebro que ningún otro comportamiento humano. “¿Qué tienen en común escuchar música y jugar al béisbol? Ambas activan menos materia gris —uno de los músculos más grandes del cuerpo— que un sorbo de vino”, explicó el experto a la radio americana NPR.

Puede que la próxima vez que sienta la necesidad de adoptar un reto intelectual se lo piense dos veces antes de retomar ese sudoku que tenía abandonado. Alzar la copa de vino puede suponerle un reto intelectual a la altura.

¿Pero qué desencadena esta alta actividad neuronal? A nuestro cerebro le cuesta mucho identificar el sabor del vino. Según Shepherd, que se ha especializado en las respuestas sensoriales y físicas a comidas y bebidas y es autor del libro Neuroenología: cómo el cerebro crea el gusto del vino, el esfuerzo mental que realizamos cuando tomamos una copa de esta bebida se equipara al de “intentar resolver una ecuación matemática complicada”.

Ocurre porque sus moléculas no poseen ningún sabor, obligando al cerebro a inventárselo basándose en experiencias pasadas y aromas conocidos. Lo explica el experto en su libro: “Es un trabajo en el que las papilas gustativas mezclan el olfato y la memoria para generar un verdadero ejercicio mental que culmina en la sensación que percibimos como el gusto de la bebida”. Un complejo proceso que Shepherd denomina neurogastronomía.

Pero no todo vale. Shepherd matiza que este workout cerebral no se producirá si tomamos el vino a grandes sorbos o lo escupimos. Hay que saborearlo en pequeños tragos.